Microbiota: Billones de microorganismos que cohabitan en y con el organismo humano. (ver info en Noticia “Microbiota y Salud”)

Distribuida profusamente en piel y mucosas (boca, cavidad nasal, faringe, laringe, bronquios,  esófago, estómago, intestinos, vías urinarias y genitales, conjuntiva ocular, oído) esta microbiota es determinante para la inmunidad y para la correcta función de los órganos.

Quizá, podríamos pensar que las consecuencias de un desajuste a este nivel no irían más allá de una diarrea o a un catarro; pero la realidad es muy diferente.

La ruptura de este equilibrio, la disbiosis, deriva en múltiples patologías de todos los calibres imaginables; desde el mal aliento hasta la enfermedad autoinmune o el cáncer, pasando por la depresión o la infertilidad.

El bienestar de la flora protectora y el nuestro van de la mano y cuidar de su salud es cuidar de la nuestra.

El parto natural y la lactancia materna son los mecanismos que la naturaleza ha dispuesto para dotar al recién nacido/a de una microbiota sana cuando inicia su vida extra-útero. Al nacer, durante el paso del bebé por el canal del parto, entra en contacto con los lactobacillus presentes en la flora vaginal de la madre, que se instalan de inmediato en su piel y mucosas. Esta siembra es tan importante para una nutrición eficaz y el desarrollo de la inmunidad que, en caso de nacimiento por cesárea, se propone restregar toda la piel y la boca del bebé con la secreción vaginal de la madre para proporcionar ese contacto que no podría efectuarse a falta de un parto natural.

Enseguida, la lactancia se suma a este proceso. La leche de mujer es el alimento ideal para reforzar estas bacterias protectoras. Elaborada a la medida de las necesidades cambiantes del bebé, contribuye a completar, nutrir y afianzar esa siembra de microflora imprescindible para la vida en salud.

Al bebé le llevará unos 3 años conseguir una microbiota madura y consolidada. Por ello, esta primera infancia supone un periodo altamente sensible, en el que es primordial asegurar una alimentación óptima que nutra eficientemente y vigorice la microflora protectora; ella limitará la proliferación de los microorganismos disruptores. Es el momento de establecer hábitos alimenticios e higiénicos adecuados y de valorar escrupulosamente el uso de medicamentos que interfieren en el desarrollo de una microbiota benefactora competente.

Es recomendable e inteligente aplicar estos cuidados en los años sucesivos, establecerlos y prolongarlos hasta el final de la vida en favor del propio bienestar.

Una microbiota equilibrada nos protege de inflamaciones, infecciones, alergias, eczemas y dermatitis, procesos degenerativos como la artrosis o la arteriosclerosis, enfermedades metabólicas, obesidad, diabetes, enfermedad intestinal, patología autoinmune, problemas de fertilidad, cáncer, estado de ánimo deficiente…

Es tal la trascendencia de mantenerla en estado óptimo cada día que bien merece incorporar fórmulas que la afiancen.

Veámoslo por partes.

A nivel de piel, habremos de cuidar la higiene… sin exagerar. Por supuesto, es necesario lavarse las manos tras manipular materiales sucios o ir al servicio, si se está en contacto con enfermos, antes de cocinar o de comer; sin embargo, se debe evitar el exceso de pulcritud que lleva al lavado habitual con fuertes jabones desinfectantes o con alcohol que matan la flora; se evitará el uso de productos o cremas que producen sequedad o cambios de pH y, por tanto, de microbiota.

Los tintes para el cabello y los decolorantes son muy agresivos. En higiene y en cosmética, recurrir a productos ecológicos, libres de tóxicos químicos, es sin duda la opción más recomendable.

En boca y genitales haremos una reflexión similar. Colutorios, sprais contra el mal aliento y dentífricos anti-placa se llevan por delante la valiosa flora bucal. Los jabones o perfumes íntimos son innecesarios y perjudiciales porque arrasan la microbiota vaginal, favoreciendo la aparición de infecciones repetidas y de olor intenso o desagradable en las secreciones y en el sudor; realmente, cronifican el mal olor que prometen combatir.

Tanto a nivel de piel como en el terreno de las mucosas (bucal, nasal-respiratoria, digestiva, genital, urinaria…) el estilo de vida y sobre todo la dieta son determinantes para evitar la disbiosis.

Los fármacos en general y los antibióticos en particular dañan seriamente la microflora estimulando el crecimiento de patógenos y rompiendo los equilibrios. Es fundamental reducir su consumo a lo estrictamente imprescindible y buscar opciones alternativas que preserven toda la microbiota, consoliden la barrera mucosa digestiva e intestinal y refuercen el sistema inmune.

Los tóxicos como tabaco y alcohol destruyen la flora en todos sus emplazamientos: bucal, nasal, respiratoria, digestiva, urinaria, ocular… A partir de ahí son responsables de graves enfermedades circulatorias, degenerativas, infecciosas, cancerosas… Evitaremos sus indeseables consecuencias si nos alejamos de ellos.

El azúcar es otro gran agresor de las mucosas desmantelando la flora amiga y alimentando especies peligrosas de virus, bacterias y hongos. Implicada directamente en el desarrollo de diabetes, candidiasis, daño hepático, inflamación o deterioro de la inmunidad, entre otros. Pensándolo bien, a la larga, sin azúcar la vida es mucho más dulce.

Las carnes y sus derivados y las grasas saturadas (embutidos, fiambres, paté, foiegras, grasa de palma, grasas trans…) promueven el crecimiento de patógenos a nivel de las mucosas digestivas; dichos patógenos liberan tóxicos relacionados con arteriosclerosis e hipertensión, enfermedad renal, cáncer de colon-recto…  La disbiosis creada interfiere en el metabolismo de los ácidos grasos de cadena corta y sin ellos quedamos expuestos a procesos de inflamación y cáncer.

Los productos envasados y precocinados procesados industrialmente son pobres en los nutrientes imprescindibles para mantener una microflora sana y contienen abundantes aditivos químicos y grasas que la esquilman.

Los alimentos fermentados (quesos, vinos, yogures, panes y bollería-pastelería…) muy frecuentemente son tratados con levaduras que aceleran el proceso natural de fermentación para reducir los costes de elaboración. La contrapartida es la lesión de la microbiota amiga alentando el desarrollo de microorganismos agresores y la destrucción de la pared intestinal y amenazando seriamente al sistema inmunológico.

Si los hábitos de alimentación y vida mantenidos durante años han dañado la microbiota y provocado síntomas o enfermedad, es probable que haya que repoblar las mucosas. En tal caso, se prescribirá un suplemento probiótico de calidad que contenga los microorganismos necesarios y los deposite activos en el intestino, seleccionando el producto más adecuado para cada caso.

Sin embargo, esto no es suficiente.

De nada servirá sembrar la mucosa con probióticos si el terreno en el que sembramos está demasiado deteriorado. Será imprescindible corregir la dieta y aportar los nutrientes imprescindibles para que esos probióticos arraiguen y proliferen.

De nada habrá servido sembrar la mucosa con probióticos si pasadas unas semanas retomamos los hábitos de alimentación y vida que antes dañaron la microbiota.

Los probióticos sólo serán eficientes si el terreno que los acoge (mucosa digestiva-intestinal) recupera su estabilidad y se mantiene bien nutrido cada día, y un día tras otro.

Microbiota necesita alimentos limpios, sin tóxicos, ricos en nutrientes esenciales (vitaminas, minerales, ácidos grasos…) y en fibra alimentaria.

Hemos de proporcionarle una dieta de predominio vegetal, elaborada con productos ecológicos, frescos, no procesados, con un aporte de granos integrales completos y biológicos (mijo, arroz integral, lentejas, garbanzos, quinoa, avena, sarraceno, judías…) y con variedad de verduras de temporada frescas y biológicas.

Fermentos naturales y otros condimentos como el miso, el tamari o el chucrut, elaborados con procedimientos exclusivamente naturales, también contribuyen a la restauración de mucosas.

Quizá sea necesario revisar y re-aprender a alimentarse poniendo en el punto de mira la nutrición, protección y potenciación de esa microbiota que salvaguarda nuestro bienestar físico, mental y emocional.

Si valoras TU SALUD, cuida conscientemente TU MICROBIOTA.

Fdo.: Paz Bañuelos Irusta