Hace ya demasiadas décadas que nos levantamos y nos acostamos entre términos como calentamiento global, emisiones de CO2, deterioro de la capa de ozono, efecto invernadero, huella de carbono…
Bajo esta amenaza constante, han levantado su voz los más jóvenes reclamando la recuperación de un mundo sano en el que poder crecer, desarrollarse y vislumbrar un futuro disfrutable.
Esta justificadísima demanda, llega a modo de tirón de orejas para quienes, con más edad, ostentamos hoy el timón de la sociedad; un timón quizá demasiado oxidado para atreverse a dar un giro de 180º que, a estas alturas, resulta ya imprescindible si queremos preservar una Tierra habitable para el ser humano, en la que merezca la pena vivir.
Cabe preguntarse si estamos tan sordos como para no oír sus voces. ¿Estamos tan anestesiados y tan vendidos como para volver la cara hacia otro lado mientras les cedemos el testigo de un mundo condenado?
Quizá tanto progreso y tanta comodidad nos han petrificado cuerpo, mente y corazón.
A simple vista, se diría que en algún momento hemos equivocado la dirección.
En tal caso, habrá que despertar, sacudirse la pereza y los miedos, disponerse a deshacer parte del camino andado y rectificar, para seguir teniendo futuro como especie en este generoso y maravilloso planeta; porque no parece que vayamos a encontrar otro tan bello y acogedor.
La reparación conlleva, sin duda, resoluciones a gran escala que competen a los gobiernos; y, sin duda, a los de a pie nos toca exigirles acciones y resultados.
Además, paralelamente, todos/as habremos de replantear nuestros hábitos de vida para inventar o rescatar fórmulas ecológicas viables y aplicarlas en lo cotidiano.
Si pensamos en promover un futuro limpio y sostenible, no podemos dejar al margen una cuestión de trascendencia global: nuestra alimentación.
En este ámbito, la responsabilidad recae directamente en cada una de esas personas de a pie que somos tú y yo.
Es posible que no siempre seamos conscientes, pero, lo que decidimos comer cada día condiciona la salud o la enfermedad del planeta y sus habitantes.
Señalaremos algunos puntos sensibles.
El grueso de la población consume cada día productos vegetales que han sido cultivados en tierras sobreexplotadas inundadas de fertilizantes químicos tóxicos, herbicidas y pesticidas que las esquilman y que llenan nuestros platos de pseudo-alimentos que dañan la salud. Incluso si se seleccionan verduras y frutas de apariencia espectacular, su interior esconde tratamientos nocivos tanto para el medio como para el consumidor.
Se consumen cada día toneladas de alimentos traídos del otro extremo del mundo, lo que supone largos transportes y contaminación directa; pero conlleva, además, el desmantelamiento de la agricultura autóctona de aquellas zonas que dedican ahora miles de hectáreas hipotecadas para cultivar lo que demanda el capricho de los países más pudientes; esto les condena a vivir esclavos de nuestros antojos.
Y cuando nos aburramos de este capricho para saltar a otro… quedarán sumidos en la pobreza con una tierra desbastada por el monocultivo intensivo y contaminante, con excedentes de un producto que no pueden vender y que tampoco abastece sus necesidades más elementales.
Qué decir de la ganadería, fuente número uno del efecto invernadero y responsable primordial de la deforestación y la aniquilación de bosques y selvas para ser convertidos en pastos. Este es un coste ecológico enormemente elevado que no nos podemos permitir.
La producción de carne agrede el ecosistema, es muy cara y perpetúa la miseria y el hambre de las poblaciones más deprimidas.
Animales criados en condiciones de hacinamiento y sistemáticamente medicados que producen carnes y derivados portadores de antibióticos y medicamentos varios y cargados de conservantes, colorantes… Tóxicos que ingerimos reiteradamente, que nos enferman y que llegan a las aguas, la tierra y la atmósfera de forma directa o a través de excrementos contaminados, cerrando un círculo envenenado que se retroalimenta y crece sin fin.
Incluso la OMS ha recomendado reducir ostensiblemente el consumo de carnes y de derivados cárnicos para salvaguardar la salud de la población a corto y largo plazo.
Entre tanto, una interminable oferta de productos industrializados llena los estantes de los supermercados. Plagados de aditivos químicos (colorantes, conservantes, antioxidantes, espesantes, estabilizantes, gelificantes, ácidos grasos trans, potenciadores del sabor, saborizantes, edulcorantes…) empleados para prolongar la vida del producto y/o darle un aspecto más atractivo, una textura, sabor o cualidad que incite a comprar más y más y más.
A modo de ejemplo, los colorantes, profusamente empleados en la industria alimentaria, forman parte de los zumos, las frutas, los refrescos, golosinas, postres, helados, dulces, repostería, mermeladas, licores, conservas de frutas y de verduras, aliños, vinagres, salsas, panes, pastas, embutidos y fiambres, patés y untables, chips y aperitivos envasados… incluso en los colutorios o en las cápsulas de los medicamentos.
Por tanto, están presentes en cada comida de cada día de la mayor parte de la población.
Los efectos nocivos sobre la salud son diversos pudiendo promover insomnio, urticarias, alergias, hiperactividad, anemia, alteraciones metabólicas, intestinales, renales, cromosómicas, cáncer, esterilidad…
Otro tanto podríamos decir de los edulcorantes o del resto de aditivos nombrados; elaboraríamos una larga lista de alimentos que los contienen, desde la cerveza o el vino hasta el marisco o las carnes, pasando por las galletas o los congelados; y a la par, tendríamos otro listado con las amenazas que conllevan como son la obesidad, los problemas cardio-vasculares, colitis ulcerosa, fatiga, depresión, diabetes, esclerosis múltiple, lupus, linfoma…
¿No es esto contaminación? Ya lo creo. Y la ponemos directamente en nuestra boca.
El futuro de las generaciones que hoy habitamos la Tierra depende de que, a nivel individual, adoptemos comportamientos ecológicos en cada faceta de la vida.
Cada gesto, cada decisión tomada al elegir tú alimentación, es responsable de la recuperación o la degradación del Planeta.
Plantear y adoptar una alimentación responsable es una prioridad que conlleva un doble beneficio: regenerar la Salud de este Planeta y evitar la propia enfermedad.
Elijamos siempre alimentos frescos e integrales, que no hayan sido procesados; que entren en nuestras cocinas tal cómo salieron de la tierra, con todos esos nutrientes tan valiosos para nuestro bienestar como para el equilibrio de los ecosistemas.
Exijamos alimentos biológicos, orgánicos, ecológicos cultivados en tierras naturalmente fértiles y limpias de químicos contaminantes; productos libres de modificaciones genéticas que atentan contra la biodiversidad.
Rescatemos la sabiduría de caminar con los ciclos naturales y de comer en cada época del año aquello que la tierra en la que vivimos produce. Ella lo agradecerá casi tanto como tu organismo.
Rescatemos el hábito de cocinar nuestra propia comida con materias primas sanas y frescas. Aprendamos a elaborar platos nutritivos y sabrosos empleando recetas que siembran salud.
Por el bien individual y el bien sistémico, volvamos a una alimentación fundamentada en lo vegetal, plagada de cereales integrales, leguminosas, semillas y verduras naturales que guardan los secretos de la VIDA en todo su esplendor.
Comamos con mesura. Comer demasiado, por sí mismo, enferma.
La trascendencia de “cuánto comemos” es realmente esencial. La sobrealimentación de una parte de la humanidad crea miseria en el resto, provoca enfermedad en quienes la ejercen y esquilma la Naturaleza. No podemos pedir al planeta que alimente por duplicado a cada habitante, ni esperar que nuestro organismo soporte tal sobrecarga sin claudicar.
Sin duda, este empeño global requiere de millones de personas valientes y comprometidas, capaces de asumir e impulsar las reformas necesarias; no vale tirar balones fuera. Tú y yo… las personas de a pie… ocupamos un lugar principal en este escenario.
Los científicos hablan de desastres naturales en todos los lugares del planeta, de temperaturas extremas donde nunca las hubo, de sequía generalizada… que no esperarán cuatro generaciones para ser una realidad. Los tenemos ahí; a los pies de nuestros hijos/as.
¿Podemos permitirnos ignorar tal advertencia?
Revertir el cambio climático, el calentamiento global, es una importante tarea que da sus primeros pasos en tu cesta de la compra y en tu cocina.
Te animo a contemplarlo y a solventarlo. Ésta es una aventura con premio.
Cuida esmeradamente la salud biológica de todo lo que comes y el Planeta reverdecerá.
Por eso te sugiero poner Ecología, cada día, en tu mesa
Fdo.: Dra. Paz Bañuelos Irusta