paisaje montañoso

Ya inmersos en los meses más fríos del año, nuestro cuerpo nos pide abrigo y especial protección ante las bajas temperaturas y la humedad.

El organismo humano, al igual que otros organismos animales o vegetales, requiere de unas determinadas condiciones para desarrollar adecuadamente la vida. Llamamos Homeostasis a ese estado de equilibrio que favorece y permite el desempeño adecuado de las funciones de un organismo vivo.

La búsqueda de ese estar equilibrado rige cada una de las tareas de nuestro cuerpo que, para hacerlo de manera eficaz, se atiene a la ley de los opuestos-complementarios.

Así, por ejemplo, el corazón funciona gracias a movimientos de dilatación (se llena de sangre) y de contracción (lanza la sangre) y siguiendo el mismo esquema, las arterias alternan la vasodilatación y la vasoconstricción para asegurar que esa sangre llegará a cada célula en todo momento. Los pulmones se colman de aire y oxígeno en la inspiración, expandiéndose, y expulsan aire con dióxido de carbono en la espiración, exprimiéndose. Los huesos cuentan con células formadoras de tejido (osteoblastos) y células destructoras de tejido (osteoclastos) y de la acción coordinada de ambas resulta un tejido óseo sólido, bien estructurado y de calidad. El movimiento del cuerpo es posible cuando un músculo se acorta y su opuesto es elongado; dos propiedades igualmente necesarias para la actividad muscular eficiente: contraerse y dejarse alargar.

Siguiendo esta ley de alternancias, cada uno de los tejidos corporales se renueva a cada instante en una sincronía continuada de creación de nuevas células y eliminación de las deterioradas. Con igual premisa, la escasez de una sustancia concreta estimula su producción y el exceso de un elemento determinado, de una hormona, un enzima, etc. detiene su liberación o fabricación. Esta es la base del equilibrio que sustenta la salud. Un juego sin fin regido por la alternancia de mecanismos opuestos que se complementan y se controlan mutuamente.

Sin embargo, nuestra vida discurre en un medio cambiante. Nada es constante fuera de nuestra piel; nada se mantiene inalterable. De hecho, lo único realmente constante es que todo cambia, cambia, cambia… Por ello, el verdadero secreto de la Salud reside en preservar un equilibrio interno duradero, cuando nuestro cuerpo depende del intercambio de sustancias con un medio en constante transformación. Solamente observar los factores climáticos nos muestra esta realidad. En nuestras latitudes las temperaturas pueden oscilar más de una docena de grados en solo unas horas; sin embargo, el organismo humano debe mantener su temperatura alrededor de los 36ºC invariablemente; por tanto, cada una de las fluctuaciones del entorno le obligan a realizar reiterados ajustes que preserven su homeostasis.

De igual manera, debe estar atento a factores como el grado de humedad poniendo en marcha mecanismos compensadores: detectar las variaciones, redistribuir el abastecimiento, regular la eliminación a nivel de riñón y piel, valorar la intervención hormonal, dar aviso a los centros cerebrales que regulan la sensación de sed… Y cada vez que entramos o salimos de un lugar cerrado con calefacción y ambiente seco todos los referentes tomados cambian en un instante y todo el programa ha de ser reajustado de inmediato, en pos de ese valioso estado de equilibrio corporal.

Todas las funciones orgánicas se ajustan a este patrón universal de compensación constante. Es lo que la filosofía taoísta denomina con los términos yin y yan, entidades energéticas opuestas e inseparables, interdependientes y complementarias presentes en todas las facetas de la vida y en toda manifestación de la energía. Imposibles la una sin la otra. Igualmente valiosas y ninguna prescindible.

El buen funcionamiento de estos mecanismos de adaptación depende en gran medida de nuestras elecciones cotidianas. Lo vemos, por ejemplo, en el consumo frecuentemente de alimentos con azúcar que crea una emergencia repetida obligando al páncreas, una y otra vez, a producir un extra de insulina. El abuso reiterado de esta función compensatoria favorece su agotamiento, que desembocará en una diabetes, poniendo en riesgo al organismo en su conjunto. Esta sobre-exigencia podría haberse evitado simplemente seleccionando un alimento de mejor calidad.

Es prioritario organizar nuestra alimentación y hábitos de vida de modo que sirvan de apoyo constante a las leyes que rigen la salud. El planteamiento de base consiste en observar dónde y cómo estamos a cada momento para diseñar la alimentación más adecuada a la circunstancia concreta, con el fin de preservar el equilibrio biológico, la homeostasis, favoreciendo las funciones vitales. Es conveniente seleccionar los alimentos y la forma de prepararlos/cocinarlos en coordinación con la situación climatológica y el estado personal.

Con el fin de potenciar la adaptación al medio, el invierno en curso nos pide consumir caldos y sopas calientes elaborados a base de verduras de temporada. Podemos añadir pequeñas cantidades de algas marinas (verduras de mar) que aportarán minerales y nutrientes diversos. Como aderezo final de podemos incluir una poquito de miso, tamari, shoyu o umeboshi, condimentos salados fermentados con efecto antioxidante, alcalinizante y/o probiótico. Se puede optar por agregar un cereal integral, como el mijo o el sarraceno, un poco de legumbre o incluso pescado.

Estas sopas aportarán propiedades calentadoras, muy nutritivas y reconstituyentes. Entre los inevitables cereales integrales seleccionaremos para esta ocasión el sarraceno (muy específico de la época invernal) junto con el mijo y el arroz de grano redondo o corto. Su magnífica composición nutricional y la sencillez de su preparación los colocan en el pilar central de la alimentación.

Asociadas a ellos incuestionablemente, colocaremos a las legumbres: lentejas, garbanzos, alubias, judías azuki, mungo, soja… fuente de proteínas y fibra de excelente calidad. Pescados y productos de mar salvajes, evitando abusar de la frecuencia y la cantidad, dada la situación contaminada de las aguas y sus habitantes. Para quien elija la opción vegetariana, el seitán, el tofu, el tempeh y el natto apoyarán el aporte proteico de la dieta desde una opción ecológica y limpia. Pequeñas porciones de semillas de sésamo, lino, chía, calabaza… o frutos secos tendrán su espacio acompañando a las diferentes preparaciones o como cierre de comidas, quizá.

Las verduras de temporada acompañarán cada ingesta. Es el momento estelar de coles y berzas, brócoli, coliflor, lombarda y demás crucíferas. También estarán en el menú diario cebolla, nabo, rábano, zanahoria, chirivía y demás verduras de raíz que en estos meses del año almacenan su energía y nutrientes en las entrañas de la tierra. Tallos y hojas verdes de temporada como el puerro, cardo, borraja, Apio…

Salvando condiciones individuales, es momento de consumir, prioritariamente, verduras cocinadas. Recurriremos a preparaciones diversas con el fin de aportar variedad energética y gastronómica. Se cocinarán al vapor, hervidas, guisadas, salteadas en un poquito de aceite, a la plancha u horneadas. Guarniciones de hortalizas crudas refrescarán la dieta y pondrán el contrapunto en la textura, la energía y el sabor. Entre horas, cabe la posibilidad de incluir alguna fruta de temporada, bien fresca bien cocinada, según preferencia de cada cual.

Asegurar el equilibrio orgánico exige especial atención en esta época anual.

No olvidemos la trascendencia de caminar cada día… al son del invierno.

Fdo.: Dra. Paz Bañuelos Irusta