Sin duda, considerar un aporte adecuado de proteína en la dieta habitual es fundamental.

Con demasiada frecuencia, tendemos a asociar la proteína con las carnes, provenientes de animales marinos o terrestres, con los productos animales como leche o huevos y con los derivados de unas y otros.

Sin embargos, el mundo vegetal ofrece una amplia gama de alimentos con una importante dotación proteica que debemos tener muy en cuenta a la hora de diseñar nuestra dieta cotidiana.
En la primera posición, se sitúan las legumbres por sus cualidades nutricionales, su presencia en todas las culturas y su versatilidad.

Erróneamente identificadas con los momentos más fríos del año, las legumbres constituyen una opción magnífica para cubrir las necesidades de proteína durante el periodo estival.
Demasiados tópicos las excluyen de las mesas de verano, privándonos de sus virtudes nutricionales.

En la extensa familia de las Leguminosas, los frutos tienen la particularidad de ser, al mismo tiempo, semillas, lo que les otorga un estatus privilegiado en el amplísimo espectro de los alimentos.

¿Y… cuál es tal privilegio?
Observemos que cada fruto, cada grano, ostenta el poder supremo de germinar; de crear una nueva planta que a su vez engendrará nuevas semillas, perpetuando con ello la vida.
Esta cualidad divina de crear VIDA es posible porque los frutos-semilla están dotados de una selecta y completísima variedad de nutrientes, que nuestro organismo aprovecha en los procesos metabólicos cuando las consumimos regularmente.

Por ello, las legumbres han estado asociadas inseparablemente a la historia de la humanidad que, desde sus primeros pasos y a lo largo de los siglos, ha sabido apreciar sus incuestionables virtudes y valorar los tesoros que aportan a la salud.

Son alimento de elección en situaciones de decaimiento, cansancio, sobrepeso, problemas de piel, sequedad de piel o mucosas, diabetes, estreñimiento, hipertensión arterial, trastornos cardio-circulatorios, depresión… y tantas y tantas patologías y disfunciones.

Los cambios de hábitos insertados progresivamente a lo largo de las últimas generaciones, han devaluado el interés por la legumbre.
Los alimentos de origen animal han ido ganando presencia en nuestras mesas hasta colonizar casi el cien por ciento de los platos en todo menú que pretenda ser apreciado. Hoy, nos cuesta considerar deseable una preparación culinaria exenta de carne, quesos, leche, nata, jamón, embutidos o foie, huevo, pescado… También las legumbres se presuponen, generalmente, asociadas a “su” chorizo, morcilla, costilla, tocino… y es en este formato cuando las legumbres se transforman en un alimento pesado y de difícil digestión, que con frecuencia desechamos por considerarlo poco saludable y cargado de calorías que traerán de la mano kilos de más y maldigestión. Así, queda relegado a los meses fríos de invierno en que soportamos mejor las comidas copiosas y sobrecargadas.

Sin embargo, su diseño intrínseco revela un alimento valioso en sí mismo, nutritivo y equilibrado en su aporte de energía, con una adecuada dotación proteica, bajo en grasas, rico en fibra, en minerales y vitaminas, perfecto para ser consumido en cualquier época del año y en cualquier clima y absolutamente versátil.

Con tal dotación de elementos esenciales, aportan una energía eficiente y muy limpia si provienen de cultivos biológicos. Frente a los alimentos animales, más densos y acumuladores, las legumbres constituyen una opción claramente depurativa que encaja a la perfección con las estaciones más calurosas. Por ello, están también indicadas en las dietas de control de peso, en contra de lo que popularmente se cree. Aportarán además esmerados cuidados a la piel y beneficios importantes en caso de problemas circulatorios o renales, hipertensión, ansiedad, diabetes, estreñimiento…

La variedad de legumbres permite elaboraciones diversas, tan sabrosas y variadas como se desee imaginar:

  • Garbanzos con Algas
  • Guisantes en salsa con Quinoa
  • Frijoles en ensalada
  • Crema de Lenteja coral
  • Paté de tempeh
  • Humus

Lejos de relegarlas a tiempos de frío y agua, te recomiendo que incrementes su presencia en tu mesa, también durante los meses más cálidos. Obtendrás beneficios ilimitados.

Una advertencia: la legumbre seca hay que rehidratarla suficientemente y cocerla muy bien, durante tiempos largos, incluso a presión, para asegurar una buena digestibilidad. Asociar algas durante la cocción de la legumbre las enriquece y mejora su asimilación–

Fdo: Paz Bañuelos Irusta