La ciencia y la economía han evidenciado cómo el consumo generalizado de carnes y sus derivados agravan la situación de la amenaza climática.
La cría de ganado requiere de enormes extensiones de terreno deforestado e ingentes cantidades de agua. Los expertos concluyen que producir ½ Kg de carne consume unos 18.000 litros de agua con los que 24 persona podrían disponer de 2 litros de agua diarios durante todo un año.
La ganadería constituye una de las mayores fuentes de producción de gases de efecto invernadero a partir del metano de sus excrementos, al parecer, superior incluso a la contaminación debida a los transportes en todo el mundo (carretera, ferrocarriles, barcos, aviones).
El ganado empobrece el suelo y desertiza la superficie de la tierra. Recuperar 3 cm. de espesor del suelo dañado requiere 500 años.
Son miles de hectáreas de selva amazónica las destruidas legal y/o ilegalmente cada año para abastecer un hambre desaforada de carne… que además nos enferma.
Todo lo enferma. El planeta enferma perdiendo sus pulmones naturales, sus selvas tropicales y sus bosques y su diversidad, para ser transformados en pastos y en cultivos de soja para criar ganado.
Enferman los millones de humanos embarcados en un carnivorismo cotidiano innecesario y desproporcionado, contraproducente para su salud.
Y enferman de inanición poblaciones enteras y olvidadas, como consecuencia del derroche devastador de los humanos pudientes.
Establece un escenario es absolutamente insolidario.
¿Qué ocurriría con este planeta nuestro si todas las personas que lo habitan comieran carne y derivados animales con la misma profusión que lo hacemos los habitantes del llamado primer mundo? Podemos imaginar esa situación.
Pero… ¡No! ¿Cómo? ¡Esa hipótesis es insostenible! No habría bosques suficientes que arrasar para poder alimentar a tanto ganado, ni posibilidad de gestionar tantos residuos tóxicos. Esta hipótesis no se puede contemplar.
Este supuesto “privilegio” restringido a un porcentaje limitado de la población mundial, está muy lejos de suponer un beneficio.
En el fondo, este escenario descubre que el problema no reside en que una parte del mundo se atiborre a carnes y lácteos mientras otra no puede conseguirlos. El problema radica en que la producción actual de carne dilapida recursos imprescindibles para la supervivencia de la humanidad y del propio planeta.
Una dieta de baja en productos animales o vegetariana o vegana bien estructurada, asumida a nivel global, supondría un paso de gigante en la restauración de la decrépita salud de la Tierra y sus habitantes.
Al mismo tiempo, rediseñar tu dieta reduciendo al máximo el consumo animal, con conocimiento y bien hacer, será la inversión más rentable que hagas a favor de tu propio bienestar.
¡Es el momento!
Fdo.: Dra. Paz Bañuelos Irusta