En las zonas del planeta que distan del ecuador (desde una de ellas escribo) el clima está sometido a variaciones recurrentes a lo largo del año. Esto da lugar a cuatro estaciones diferenciadas que, en cada enclave, muestran sus propias peculiaridades.
Esta secuencia periódica, conlleva patrones cambiantes de temperatura, presión, humedad y presencia de luz solar a lo largo del año, y repercute en todos los aspectos de la vida.
Según transcurren los meses, vamos modificando la vestimenta, el calzado, el tipo de actividad que realizamos, la búsqueda de cobijo o el disfrute al aire libre… Nos resulta evidente esta natural acomodación a las variaciones de los ritmos climáticos. Los abrigos y las gabardinas o chubasqueros impermeables, chaquetas de lana y de algodón, camisas de manga y de tirantes, van tomándose el relevo una y otra vez, a la par que las botas forradas y de goma, los zapatos gruesos y finos, las playeras y las sandalias o las bufandas y los abanicos.
De igual modo, la forma en que nos alimentamos también debe adaptarse a este baile de condiciones climáticas periódicas, porque al hacerlo, facilitamos a nuestro organismo la tarea de protegerse día a día y en cualquier condición y de preservar constantemente su capacidad inmunitaria.
El entorno marca los tiempos y el ser debe seguir su estela para preservar la salud y la supervivencia en armonía. Se establece un juego de equilibrios. Y no hablamos de un equilibrio estático y rígido, sino de un equilibrio que ha de mantenerse ágil y en movimiento constante.
Ante la situación ambiental de cada momento, hemos de adoptar medidas de compensación que ayuden al cuerpo a mitigar las fluctuaciones y mantener su hemostasia, su estado de equilibrio-salud.
Cumplir con esta conveniencia exige poner consciencia en la elaboración de la dieta cotidiana y adaptarla al momento, porque lo que comemos y bebemos determina, en gran medida, nuestro estado de salud o de enfermedad.
Este es un proceso sencillo, porque cada estación nos ofrece, naturalmente, los frutos necesarios para complementar la energía que la encarna. Por ello, a cada paso, hemos de procurarnos los alimentos de temporada que crecen a nuestro alrededor y que guardan el secreto de la armonía con el medio que cada cual habitamos.
Anunciando cada VERANO, hace acto de presencia el dulzor de melones, sandías, melocotones, las tonalidades del tomate, el verdor de las vainas y el amargor de las hojas tiernas.
La energía expansiva del verano se manifiesta con hojas livianas y frutos exuberantes y jugosos que son el contrapunto al calor estival.
La naturaleza, en situación de altas temperaturas, produce vegetales refrescantes. Nos provee de alimentos ligeros, muy hidratados y cargados de minerales y antioxidantes; expertos en salvaguardar el equilibrio corporal frente al calor.
Es la época en la que han de reinar las verduras y hortalizas poco cocinadas, predominantemente hervidas al dente, escaldadas, crudas y las semillas germinadas.
Ensaladas de hojas (rúcula, variedad de lechugas, cogollos, berros…) germinados de alfalfa, rábano u otras semillas, raíces (rabanito, zanahoria…) y frutos (calabacín, pepino, tomate, judías verdes…)
Cotidianamente, las completaremos con porciones de cereales integrales, ecológicos y en grano, no molidos. Preferiblemente, seleccionaremos los exentos de gluten, que aportarán un sustrato nutricional de primera calidad (quinoa, arroz, mijo…) fuentes de principios inmediatos equlibrados, carbohidratos complejos, ácidos grasos esenciales, proteína, fibra soluble e insoluble, almidón resistente, antioxidantes, vitaminas, minerales… nutren, hidratan, regulan y desinflaman el organismo, potenciando la microbiota y previniendo la enfermedad.
Esta estación calurosa nos pide priorizar las proteínas vegetales sobre las de origen animal (carne y derivados, pescado, huevo, lácteos).
Erróneamente, las legumbres suelen dejarse aparcadas durante los periodos de calor; sin embargo, constituyen un magnífico aporte de proteína, especialmente adecuado para los climas más cálidos. Valiosas semillas plagadas de vitaminas, minerales, ácidos grasos esenciales, fitoquímicos y fibras.
Volvamos a hacer visibles los garbanzos, las lentejas, las judías y sus variedades; condimentados con verduras y/o acompañando a los cereales integrales. Calientes o frías, harán las delicias de una buena mesa.
Contribuirán firmemente a restablecer la microflora intestinal, tan agredida por el consumo de carnes, barbacoas, embutidos, refrescos, postres, alcohol, aperitivos procesados… que tan frecuentemente salpican el verano.
Fdo: Dra. Paz Bañuelos Irusta