Nuestro Aparato Digestivo es el encargado de recibir las materias primas que le proporcionamos, extraer e incorporar los nutrientes necesarios y eliminar lo sobrante.
Anatómicamente, es un tubo comunicado con el exterior en sus extremos superior e inferior, por la boca y el ano respectivamente. Entre ambos, ese conducto va tomando diferentes cualidades y aspectos, lineal, sinuoso, angulado, sacular, ensanchado, estrechado… en base a la función especializada de cada tramo, en el trabajo de equipo que supone la digestión.
Todas estas cavidades interconectadas están tapizadas por un tejido, una piel interna acolchada y húmeda, que cubre y protege todas estas estancias y que llamamos mucosa.
En ella habitan unos 100 billones de microorganismos; diferentes especies que constituyen nuestra flora digestiva. Esta microbiota es imprescindible para asegurar un buen resultado digestivo, la absorción de nutrientes, la producción de vitaminas, neurotransmisores, etc. y la consecución de un sistema inmunitario eficaz.
En el proceso intervienen otros órganos, hígado, vesícula biliar, páncreas… que aportan enzimas o las sales biliares, así como multitud de vasos sanguíneos y linfáticos que nutren las células, recogen los nutrientes para transportarlos más allá de los límites digestivos y definen la inmunidad.
Salpicado de células nerviosas, el digestivo se conecta directamente con el ordenador central, el cerebro, a través del omnipresente nervio vago.
De la perfecta sincronía entre todo ello resultará una adecuada digestión y el abastecimiento de cada una de las células del organismo para la supervivencia y la salud.
En nuestro medio y actualidad, la calidad media de la digestión en las personas de cualquier edad es realmente deficiente.
El porcentaje de individuos con algún tipo de trastorno digestivo es muy elevado, gastritis, reflujo, pesadez, acidez, estreñimiento, diarrea, hinchazón… suponen el quebradero de cabeza cotidiano de un elevado porcentaje de la población.
Además, cuando el digestivo no se siente bien… se vuelve muy protestón, se deja notar a cada instante y la persona no puede ignorarlo, sino simplemente padecerlo y desesperarse buscando soluciones esquivas o medicamentos sintomáticos que, sin resolver el problema, lo esconden dejándolo crecer en la sombra.
Como consecuencia, a medio plazo, tiende a la agravación o la cronicidad en forma de úlceras, poliposis, sibo, sifo, enfermedad inflamatoria intestinal… así como de patología extradigestiva relacionada o no con la inmunidad (cefaleas, lumbalgias, osteoporosis, alergias, migraña, enfermedad inflamatoria o degenerativa, cáncer…)
Sin duda, el modo en que hoy nos alimentamos tiene mucho que ver en estos procesos; el qué comemos y también el cómo lo comemos.
El estrés instaurado en la vida, con ayuda de la publicidad implacable, empuja hacia el consumo de alimentos precocinados y envasados cargados de químicos, al uso diario de azúcar y de comestibles que la contienen, a la escasa presencia de alimentos vegetales frescos ricos en fibra, al abuso de lácteos, carnes y embutidos, alcohol, harinas y cereales refinados…
Constituye una alimentación sobrada de calorías inútiles y falta de nutrientes esenciales, que destroza el equilibrio natural de la flora digestiva creando disbiosis, mal-función, intolerancias, alergias y múltiples patología leves y graves.
Desde el prisma de la psicosomática biológica, el digestivo nos habla de muchas cosas.
Para empezar, es un reflejo de cómo nos relacionamos con el entorno, con ese exterior que nos rodea y que se introduce en nosotros en forma de alimento.
¿Acepto lo que me rodea? ¿Cómo siento mi entorno? …Porque, el alimento es la representación simbólica de la integración con el medio, tanto en el ámbito emocional como intelectual, de lo físico, lo social, los pensamientos y sentimientos y las creencias que los sustentan.
¿Estoy en disposición de recoger lo que el mundo pone ante mí? ¿Soy capaz de gestionarlo, seleccionar, transformar y quedarme con lo valioso? ¿Estoy preparado/a para eliminar sin conflicto lo desechable? ¿O… alguna de estas fases me resulta indigesta?
Aquí se manifiesta la carencia. La falta real o el temor a que falte aquello que sentimos fundamental para la supervivencia; ese “alimento” vital, sea físico, emocional, económico o intelectual.
Las ofensas, los agravios y el sentimiento de injusticia pueden estar detrás de diarreas, gastroenteritis, patología intestinal o pancreática.
¿Y la identidad…? ¿Puedo ser yo? ¿Tengo mi lugar en este grupo, familia, empresa, reunión, proyecto… o me siento marginado/a? ¿Sé cómo situarme en este contexto…? ¿Siento que me otorgan consideración y respeto? Los conflictos que se mueven en esta atmósfera se vislumbran, con frecuencia, como telón de fondo de problemas ano-rectales o vesiculares.
Observar la esfera emocional y resolver sus vericuetos, se hayan forjado en el ahora o en etapas anteriores de la existencia, es muy recomendable cuando el digestivo nos complica la vida y amenaza nuestra salud.
Simultáneamente, exigirá la revisión de los hábitos alimentarios para establecer una pauta de comidas que remedie la inflamación de la mucosa, estimule el proceso digestivo y alivie los síntomas acompañantes. La corrección dietética establecerá las bases físico-químicas de la recuperación.
Además del qué, es importante el cómo, cuándo, cuánto…
Comer despacio, en una situación de tranquilidad y bienestar, masticando con insistencia cada bocado. Ordenar las ingestas, dejando pasar varias horas entre ellas y evitando picar.
Seleccionar cada alimento con criterios de curación.
Cenar tempano y ligero para acostarse con la digestión completada.
La salud se sustenta en una adecuada digestión… y ambas nos acercan a la felicidad.
Fdo: Dra. Paz Bañuelos Irusta