¿Si tuvieras que elegir entre curarte de una enfermedad importante o no tenerla…?

Seguramente estás pensando que es una pregunta absolutamente absurda.
A ojos de cualquiera, solo hay una respuesta incuestionable y universal; nadie quiere enfermar ni siquiera teniendo la certeza de que haya cura.
Sin embargo, el interrogante no deja de tener su razón de ser… y nos dará pie para hablar de prevención.

Parece ser que la salud no es un estado de gracia que la vida nos otorga por el mero hecho de nacer. Todo ser humano, antes o después, va afrontando trastornos y dolencias diversas de menor o mayor calibre que interfieren en el fluir sigiloso de su salud.

Instintivamente, si hace frío nos abrigamos, nos guarecemos del viento y la lluvia, nos cubrimos del sol abrasador, bebemos ante la sequía, buscamos dónde dormir antes de estar agotados y comida antes de sentir hambre y huimos de las agresiones, de los venenos, de la soledad.
Por naturaleza sabemos que hemos de estar atentos para preservar nuestro cuerpo de toda amenaza que pudiera poner en jaque la supervivencia y sabemos también de la necesidad ineludible de proveerle de alimentos adecuados y condiciones de vida favorables.
Esta actitud de autocuidado innato es en sí misma el núcleo de la prevención.

Desde el ámbito médico se considera la prevención desde una perspectiva en cuatro niveles.
Ésta a la que me he referido constituiría en esencia lo que hoy se denomina Prevención Primaria.

La llamada Prevención Secundaria tiene como objetivo detectar la enfermedad en sus primeros estadios, antes incluso de que haya producido síntoma alguno.

La Prevención Terciaria implica los tratamientos y medidas complementarias prescritos con la intención de evitar que la enfermedad ya establecida progrese, se agrave y derive en nuevas complicaciones, invalidez, etc.

La Prevención Cuaternaria va encaminada a minimizar las consecuencias perjudiciales que derivan de los actos médicos o intervenciones del sistema sanitario, evitando la sobre-medicalización del enfermo y procurando la mayor calidad de vida posible, en el contexto de su situación.

Por tanto, aunque en los cuatro casos hablamos de “prevención” no es la enfermedad lo que se previene en las tres últimas categorías; en ellas la enfermedad ya está presente y se busca evitar la agravación, las complicaciones o el deterioro progresivo de la calidad de vida del enfermo/a.

Volvemos con un poco más de detalle a la Prevención Secundaria por ser la que hace frontera con el estado de Salud.
La prevención secundaria está, fundamentalmente, en manos de estamentos e instituciones sanitarias ocupados en la salud poblacional. Se realiza mediante la instauración de diversos programas específicos dirigidos a los grupos de población más susceptibles de desarrollar una u otra patología. Con este propósito se van implantado progresivamente analíticas, controles y cribados periódicos programados para promover ese diagnóstico temprano: supervisión de la tensión arterial, análisis de rutina, niveles de PSA (antígeno específico prostático) en sangre para el diagnóstico precoz del cáncer de próstata, mamografías para el cáncer de mama, citologías frente al cáncer de útero, análisis de heces en busca de sangre oculta o colonoscopias para el cáncer de colon…
Estos protocolos planificados, van encaminados a la detección de lesiones de menor calibre y el establecimiento de tratamientos tempranos en pos de resultados más eficaces.
Se trata realmente de un intento de diagnóstico precoz de la enfermedad. Busca detectar el momento en el que ya no estamos sanos, cuando ya hemos fracasado en el propósito de conservar la salud y evitar enfermar.
Sin duda, estos programas de detección precoz tienen su lugar en la Medicina Comunitaria; sin embargo, por delante de ellos deberíamos incidir en la trascendencia de establecer Programas de Prevención Primaria, bien diseñados y eficientes, encaminados a que la persona sana siga estando sana.

A veces me pregunto si la presencia e incidencia reiterada de estos Programas de Detección Precoz en nuestras vidas no está haciendo sombra a la verdadera prevención, a esa Prevención Primaria que es la única capaz de mantenernos dentro de la Salud, reforzando a cada instante los cimientos del bien-estar.
Corremos el riesgo de creer que, si nos sometemos a los chequeos pautados, ya estamos haciendo todo lo necesario para prevenir la enfermedad, olvidando que esto es falso.

Sin embargo, la Prevención esencial e ineludible no está en manos de las pruebas diagnósticas ni en los hospitales sino en las manos propias, en las manos de cada persona interesada por preservar su Salud y la de sus hijos/as.
Prevenir es asumir al 100% la responsabilidad de nuestro estado de Salud, observando sin autoengaños, las consecuencias de la forma de vida de cada cual y de las decisiones tomadas a cada paso.

Sería interesante explorarnos desde esta perspectiva, plasmando en una pantalla imaginaria nuestros propios hábitos de vida y observándolos como si fueran de otra persona; preferiblemente, sin juicio.

Si te animas, te propongo un pequeño cuestionario de autoexploración y autoevaluación diseñado para la ocasión:

  • ¿Fumo, consumo drogas o alcohol?
  • ¿Tomo algún medicamento?
  • ¿Consumo azúcar o alimentos o bebidas que la contengan?
  • ¿Cómo alimentos, envasados o frescos, tratados con herbicidas, pesticidas, abonos sintéticos…?
  • ¿Cómo alimentos, envasados o frescos, tratados con aditivos químicos?
  • ¿Con qué criterio selecciono mis alimentos? Cuál es la prioridad (sabor, costumbre, calorías, aspecto, precio, socialización, salud, cantidad…)
  • ¿Tengo sobrepeso?
  • ¿Qué bebo, cuánto y cuándo?
  • ¿A qué dedico mi tiempo libre? ¿Lo disfruto?
  • ¿Realizo actividades físicas saludables; mantengo mi cuerpo en buena forma?
  • ¿Me aprecio y me quiero?
  • ¿Cómo son mis relaciones en la familia, en el trabajo, en la vida?
  • ¿Cómo siento el lugar donde vivo (contaminación, movilidad, ruido, espacio, armonía…)?
  • ¿Cómo vivo mis condiciones laborales?
  • ¿Qué pensamientos comandan mi vida cotidiana?
  • ¿Cómo me siento y qué estado de ánimo predomina en mis días?
  • ¿Qué emociones lideran mi estar: enfado, reproche, añoranza, ofensa, desesperanza, sacrificio, lucha sin tregua, envidia, miedo… o confianza, agradecimiento, curiosidad, compasión, entusiasmo, amor, disfrute, curiosidad, satisfacción, colaboración, aceptación…?
  • ¿Tengo proyectos de vida? ¿Son interesantes para mí?
  • ¿Qué actividad o actividades me apasionan?
  • ¿Encuentras el sentido de tu vida? ¿Lo compartes?

Sí. La Salud es el resultado de todo lo anterior; del equilibrio físico, mental, emocional y espiritual.
No es ninguna novedad; en el fondo eso ya lo sabemos todas/os.
Y estas diferentes facetas se nutren al unísono de lo que como y bebo y de la forma en que pienso, siento y me relaciono con mi yo y con el mundo que me rodea.

Es prioritario para mi SALUD establecer una estructura de alimentación con productos de primera calidad nutricional (productos integrales), limpios de tóxicos y aditivos alimentarios sintéticos (ecológicos).
Al menos el 80% de la dieta debe estar compuesta por alimentos frescos, no procesados industrialmente, que cocinemos nosotros/as mismos/as con métodos tradicionales sencillos.
Deben predominar claramente los alimentos vegetales, dando un lugar de honor a las semillas completas por ser el único alimento vivo disponible como cereales integrales, legumbres y pequeñas cantidades de semillas oleaginosas.

Por el contrario, evitaremos el consumo de azúcar, edulcorantes y demás aditivos alimentarios sintéticos presentes en los productos conservados o envasados, en los refrescos y bebidas envasadas, en las chucherías y los dulces, en los precocinados y embutidos que contienen además nocivas grasas saturadas y/o transformadas.
Amenazan nuestra salud el alcohol, el abuso de excitantes, el uso reiterado de carnes o lácteos de animales criados en condiciones de hacinamiento con aporte de antibióticos, antimicrobianos, hormonas, etc.
Comer en exceso es también perjudicial en sí mismo.

Reestructurar la alimentación y situarla a favor de nuestra Salud es un proceso sencillo si se plantea de modo progresivo, individualizado y bien informado.

Es fundamental observar y valorar al individuo en sí mismo y en relación con su entorno.
Habremos de proponer soluciones sencillas y sabrosas con un alto poder equilibrador y terapéutico que estimulen la energía y la recuperación de posibles dolencias.
Aportaremos aderezos elaborados con condimentos saludables que, además, contribuyan a restaurar el medio interno, aportando antioxidantes, prebióticos, enzimas… Al mejorar el estado nutritivo de los tejidos y la eficiencia de las funciones orgánicas y metabólicas, se experimenta una evidente sensación de salud y bienestar.

El equilibrio emocional y el estado de satisfacción personal constituyen un pilar ineludible. Considerarlo, atenderlo y restablecer su equilibrio, contribuirán a completar el proceso exitosamente.

La Prevención real está en procurarse, día a día, unos adecuados hábitos de Salud.

Fdo.: Dra. Paz Bañuelos Irusta